jueves, 20 de febrero de 2014

CRÓNICA DEL CRUCE POR JAVIER BARVIS

3 días, y medio: El Cruce

19 de febrero de 2014 a la(s) 8:22
Siempre creí en la potencia de las palabras. Aquello que se pone en palabras resiste el paso del tiempo, se prende de la historia y queda impregnado en la mente de quienes oyeron o leyeron.  Hace unos días descubrí la potencia física de la libertad del cuerpo, empecé a contarlo a propios y extraños cuando Gabriel uno los involucrados en el proceso de aprendizaje me pidió que lo pusiera en palabras. Esta es la crónica del final de un proceso que duró meses pero que se manifestó en 3 días y medio. En la vida de quién, como diría un gran amigo, se considera un hombre ordinario al que le pasan cosas extraordinarias.
Para quienes nunca oyeron nada de esto, tendré que contar primero que hay una disciplina deportiva que se llama en inglés trail running, algo así como correr atravesando campos, montañas y todo tipo de terreno. En muchos países tiene un desarrollo fenomenal, incluso el COI (Comité Olímpico Internacional) considera convertirlo en deporte olímpico; en la Argentina se practica desde hace años y últimamente se multiplicaron al menos por 10 las personas que se sumaron a las filas de la disciplina. El Cruce, es una carrera de trail running que se organiza  desde hace 13 años y que propone unir Argentina y Chile corriendo unos 100 kilómetros subiendo y cruzando las montañas de los Andes durante 3 jornadas consecutivas.
Corrí 7 veces El Cruce; ya corría trail running cuando conocí la carrera apenas unos días de después de la muerte de mi padre. Desde entonces aprendí mucho, pero nunca como en la última. Fueron 3 días de carrera y medio de reflexión.
El Cruce se corrió siempre de a dos, por eso 6 veces hice la carrera con un amigo, primero con Eduardo y luego con Diego, el promotor de aquella frase de hombres ordinarios con cosas extraordinarias. Desde hace 2 años también se puede correr solo y eso fue lo que hice esta última vez.
Entrené durante meses con mucho sacrificio, venciendo el frío, la lluvia y calor extenuante de un enero record de temperatura. Convenciendo a mi familia por el tiempo que le restaba, pero nunca consciente de la transformación física que se estaba produciendo. No me daba cuenta, pero en ese momento, Gabriel el hombre que me pidió este relato, ya había puesto en palabras parte del proceso, porque fue el entrenador que describió con forma de planilla cada uno de los escalones de la recolección de la potencia física que me dio la libertad que encontré hace unos días.
La carrera comenzó pensando cada instancia, que comer, como vestirse, cómo descansar y en qué pensar. Comenzó unos días antes de armar el bolso que llevé a Puerto Varas, Chile; cerca de Puerto Montt.
Pensar es casi un acto reflejo a la hora de correr, el cerebro, igual que el resto del cuerpo, las piernas incluso, generan un estado de simbiosis tal que quizás sea por eso que la previa de una carrera se transforma en parte de ella.
El Cruce 2014, visto al revés, desde el final hacia el inicio, fue para mi una experiencia transformadora. Fue terrible y complejo, muchos la pasaron pésimo y no volverán; quizás no sabían a qué se exponían. Otros que tampoco sabían hicieron un esfuerzo tremendo y justamente por eso volverán.
Mis 3 días y medio fueron así:

Día 1
A las 05:00 am sonó el teléfono de mi habitación diciendo que era hora de levantarse, el cuerpo nunca reacciona bien a esa hora y entonces sólo seguí el instinto. Creo que la simbiosis de la que hablé antes estaba activada sin que me diera cuenta. Desayunar liviano era mi primera intensión, lo hice. Luego chequeé con mucha serenidad mi mochila de carrea; el camel-back con dos litros de agua para una jornada larga, los geles necesarios, algo sólido para cuando el hambre no se saciara con sobresitos nutritivos, sales para diluir en agua, y hasta un trozo de pan. Si un pedazo de pan, en ese momento pensé: llueve y hace frío, cualquier cosa me puede dejar en la montaña durante horas, tengo que tener algo para comer; fue entonces cuando decidí poner en la mochila un segundo rompe-vientos para reemplazar el que usaría inicialmente. Si, la carga parecía pesada para llevarla en la espalda durante 40 kilómetros y corriendo, pero mi cabeza estaba tan segura que el peso no significaba nada.
Después de 2 horas de viaje y ya de día llegamos a la orilla del Lago de Todos Los Santos donde centenares de corredores esperaban largar. A los pocos minutos comenzó una largada organizada en grupos de a 10  personas, fue entonces cuando pensé  que tenía que largar lo antes posible porque el frío y la lluvia no colaboraban. Ya había decidido ubicarme adelante del pelotón general, aún cuando muchos corredores me pasaran, era vital para mantenerme en una buena posición a la hora de entrar en senderos angostos. Me muevo bien entre las piedras, y sobre todo en las bajadas desarrollo buena velocidad, con lo cual mantener despejado el camino era vital. Eso iba a significarme un gran esfuerzo, porque desde el inicio tendría que gastar demasiado para mantenerme en una buena ubicación. Lo pensé, largué, y lo hice; incluso desde los primeros metros de costa del lago. Esa determinación me valió una caída a poco de andar, pero el dolor y la sangre en las rodillas no cambió nada. Seguí, y en cuando me encontré trepando la primera subida del recorrido, la ladera del volcán Osorno, me propuse mantener un ritmo constante. La lluvia pegaba de frente, el viento bajaba la sensación térmica y entonces decidí hacer un repaso general; tiempo de carrera, ritmo cardíaco, que comí, que tomé, cuando tengo que volver a comer, y el cálculo de las reservas de ambas cosas. Seguí tranquilo, todo estaba bien. Continué de manera intensa hasta que me sorprendió la niebla; eso pensé, pero eran las nubes en la altura del faldeo del Osorno. De repente la subida había desaparecido y ya se podía correr a buen ritmo por un pequeño sendero bien desprovisto de todo menos del viento. La primera subida había terminado y yo ya sabía en qué lugar estaba de la etapa. En ese momento confirmé que siempre viene bien memorizar el recorrido.
Inmediatamente me encontré bajando a buena velocidad y recuperando varios puestos que ya consideraba perdidos. Eso levanta el ánimo y uno se siente más fuerte. La cabeza manda y el ritmo se sostiene, si es necesario por más de una hora, pero en este caso no fue así porque otra vez llegó una cuesta arriba. Ok, me dije; ritmo parejo y a subir hasta donde sea. Ese tipo de pensamientos te genera la tranquilidad de saber que vas a llegar hasta donde tengas que llegar, porque no hay expectativas sobre el final de un momento duro. Cómo no tenía expectativas de que las cosas mejoraran, no significó mucho problema encontrarme con un barro descomunal en el que las piernas se enterraban hasta las rodillas y más allá. La primera reacción fue pelear contra el barro, pero luego recordé la frase del gran corredor Gustavo Reyes, “en el barro dale por el medio y de punta”. Eso me cambió el enfoque, en la parte central del sendero se acumulaba el barro más blando y al meter y sacar los pies de punta, evitaba el efecto sopapa, por esa razón eliminaba la resistencia al meter y al sacar los pies del barro en cada paso. Genial! Sentí como el camino se hacía más ágil y seguí hasta encontrarme con otro escollo, una cola donde había que esperar para bajar 10 metros por una soga. Fue ahí cuando me alegré del esfuerzo hecho hasta el momento. Sólo tenía 10 personas adelante, todos corredores veloces, seguía ben ubicado en  la carrera.
Al rato, y después de la soga y el barro ya estaba por las 5 horas y media de carrera y llegando a un puesto de hidratación con frutas y todo. En medio de la llovizna que aún insistía, un grupo muy nutrido de corredores se sacaba la ropa mojada para ponerse otra que sin dudas iba a mojarse unos minutos mas tarde.  Yo sólo me limité renovar el stock de geles del bolsillo delantero de mi mochila, tomar un dosis de sales minerales, preparar 2 más para el resto del viaje, comer un bocado de banana, otro de naranja y seguir sin pensar demasiado. Casi que me arrepentí a los 5 minutos, una nueva trepada en medio del impiadoso barro parecía no tener fin. Sin dejar que me ganara el hartazgo de un terreno fangoso, resbaladizo y profundo me acordé de un profesor de natación que una vez me dijo: “no te pelees con el agua, usala para despalzarte sin esfuerzo”. Mientras pensaba en eso, la subida se convirtió en bajada y el barro se transformó en el elemento ideal para deslizar los pies y muchas veces también el cuerpo en un avance tan divertido como peligroso. No sé cuantas veces me caí, pero todas ellas fueron sin parar de avanzar. Cuando el barró terminó, lo extrañé; pero empezaba otra fascinación, una bajada tan veloz como intensa. Era el descenso final, en uno kilómetros terminaba la primera etapa. Y así fue. Cuando di vuelta a una curva del camino, vi allá abajo un lago, y en la orilla el campamento. Pocas veces una visión tan segmentada como ésta de un grupo de carpas de celestes  me dio tanta energía. Alargué cada zancada sin poner límite, y así lo mantuve hasta llegar a los últimos 500 metros; en los que mi amigo Diego esperaba paciente para acompañar hasta al arco inflable. Yo estaba entero, la primera etapa estaba lograda en menos de 6 horas 40. Eran poco más de las 3 de la tarde y sólo tenía que comer y descansar.

Día 2
A las 5 de la mañana, sonó el celular, era la hora en la que en la mayoría de las carpas se escuchaban las primeras voces. Noche cerrada aún, apenas unos minutos después los sonidos eran tan generalizados que incluso cuando alguien quisiera dormir ya no podía hacerlo. El desayuno es importante, y siempre traté de respetar las 4 horas antes de la largada, pero esta vez iban a ser muchas más.
El clima había mejorado, sin embargo había llovido toda la noche. Ya casi todos habíamos desayunado y comenzado a preparar los bolsos para entregarlos y dejar el campamento para partir a la largada de la segunda etapa. Pero se escuchó una voz que nos sorprendió y cambió mucho las cosas. La organización anunció que la etapa estaba prácticamente suspendida, y que incluso era probable que no dejáramos el campamento 1.  Dos horas más tarde llegó la noticia: la etapa del día se había reducido a 21 kilómetros, tal vez 22, la mitad en subida y la otra mitad en bajada, ida y vuelta por el mismo camino. Lo interesante del recorrido era que quienes de ninguna manera tenía posibilidades de estar cerca de la punta, íbamos a ver bajar a los primeros, los corredores de elite iban a pasar frente a nuestros ojos en una bajada muy veloz, era una oportunidad imperdible para mirar y aprender; pero también para descontar puestos. Tenía que largar adelante, esforzarme hasta el final de la subida y luego liberar la zancada. Así fue.
Faltando poco para terminar de subir tuvimos un desnivel que me permitió probar el grupo de músculos que iba a actuar durante la bajada, estaba listo para el ataque del camino en cuanto terminara la cuesta arriba. En seguida comenzaron los gritos advirtiendo que teníamos que mantener la derecha porque estaban bajando los punteros. La cara de Sergio Trecamán estaba rígida, parecía una roca, vi claramente como apoyaba los pies, apenas los apoyaba, parecía bajar suspendido en el aire, literalmente volando al ras del suelo. Unos metros detrás de él trataba de pisar sus talones el italiano Marco Di Gasperi, la leyenda del ultra trail estaba segundo y la desesperación se le notaba en el rostro, pero pasó tan rápido como el primero, ambos fueron una ráfaga. Unos segundos después nos cruzamos al tercero, Dakota Jones, y así fueron pasando uno a uno los corredores de elite; creo que fue eso lo que me animó para sostener el ritmo hasta el final de la subida. Cuando volví a pensar cómo estaba y después de comer un segundo gel ya había pasado 1 hora 17 minutos y comenzaba a bajar.
La bajada de ésta corta y extraña segunda etapa de El Cruce fue muy divertida, creo que fue lo más parecido a un vuelo en velocidad crucero. Lo más disfrutable fue el viento en las orejas, básicamente  el viento se generaba por la velocidad de desplazamiento, algo que quedaba plasmado a la vista porque durante todo el trayecto había gente que aún seguía subiendo y nos cruzábamos como un rayo con el aire. En la bajada algunos conocidos me dieron aliento, y en ese momento me sentí un verdadero atleta. Llegué al arco del final en 1 hora 58 minutos. La segunda etapa, corta y poco usual de El Cruce 2014 estaba terminada y yo me sentía muy bien para seguir adelante.

Día 3
El tercer día amanecimos de la misma forma que el segundo, pero ya con la certeza de que dejaríamos el campamento. Ya no había remedio, en esa jornada debíamos alcanzar la frontera. Los preparativos, la entrega de bolsos, las largas colas, todo ya formaba el paisaje habitual de una mañana en un campamento de El Cruce. Las piernas estaba cargadas, pero tampoco tanto, a diferencia de otros años solo habíamos corrido 64 kilómetros. Era la última etapa y según decía el mapa de altimetría tendríamos una subida importante pero no tan intensa. Mientras hacia la fila para subir al micro que nos llevaría a la largada junto a mi amigo Diego, comencé a penar que otra vez, como el primer día, tenía que mantener el esfuerzo en la subida para estar bien ubicado en todo el trayecto.
Un par de horas más tarde estaba pisando el campamento 2, ese al que nunca fuimos, y por el que pasaron las 1400 almas que corrieron la modalidad en equipos. El campamento, y se notaba, había quedado en medio de una tormenta feroz, con viento que voló carpas y llenó de barro toda esa pampilla que la organización había elegido para afincar la escala. Pero nosotros solo estábamos de paso, camino al arco de largada.
De frente estaba el Cordón del Caulle, ese conjunto de cerros que alberga al Volcán Puyehue, el mismo que hace unos años inundó de cenizas toda la zona de Villa La Angostura, Bariloche y más allá. Largamos a la cuenta de tres, dos, uno…..
Despacio comencé a correr, las piernas tenían que despertarse de a poco, había estado sentado mucho tiempo en el micro y el cansancio acumulado se sentía en cada fibra. En los primeros kilómetros y en subida sentí que todo el mundo iba pasarme, que estaba corriendo muy despacio, pero no dejé que la decepción me tomara la cabeza. Me concentré en mantener un ritmo y al poco tiempo la intensidad fue subiendo casi sin que me lo propusiera. Fue entonces cuando apareció en el camino un grupo de compañeros de prensa que me alentó a seguir subiendo. Me emocionó la idea del esfuerzo y entonces aumenté consciente mi ritmo de carrera. Traté de mantenerlo pero unos kilómetros más tarde la pendiente era insoportable, no podía seguir corriendo. Decidí comenzar un trecking intenso. Lo mantuve incluso profundizando la intensidad en subidas muy pronunciadas, sobre arena y piedra volcánica. Esas subidas vistas desde abajo parecían eternas, pero resultaban cortas si se mantenía una actitud firme. No fue tan difícil alcanzar la sensación de haber llegado a la cima. No tuve tiempo de replantear una estrategia de carrera, ya estaba corriendo en un filo y con los volcanes de esa región de la Patagonia a la vista. Ya estábamos en el techo de la carrera y la gente paraba unos segundos a sacar fotos. Me detuve 10 segundos a respirar ese aire de altura, renové energías y decidí aprovechar el tiempo que el resto estaba dejando ahí para avanzar hasta el comienzo de la bajada final.
La certeza del descenso me la dio una chica de un puesto de control a la que le regalé un bastón de trecking. En ese momento pensé: “nunca más tengo que usar bastones de trecking, molestan para correr, los tengas en la mano o en la mochila, molestan para correr”; creo que por eso lo regalé. Me saqué la arena del interior de las zapatillas, renové la comida la del bolsillo delantero de mi mochila, tomé un sobre de sales minerales y me tiré al ataque final de la etapa 3. Una bajada constante de poco más de 10 kilómetros.
En la subida había tenido una pequeña disputa de posición con un par de brasileños, los pasaba y ellos me volvían a pasar; y así durante kilómetros. En mi parada antes del final, ellos se me habían adelantado, pero yo ya lo había olvidado cuando me los encontré adelante y teniendo que pedirles paso ante la velocidad natural de mi descenso. El hecho de volver a pasarlos me dio ánimo y comencé a jugar con las curvas, las piedras y los saltos del angosto sendero de bosque andino.  Pero al cabo de media hora, el jueguito empezó pasarme factura en los tobillos, apareció otra vez el barro y una caída me puso al borde del esguince.         
Caí sin poder evitar chocar con las rodillas contra el suelo, pero con la ayuda de las manos la caída se redujo a menos de un segundo, cuando quise pensar en qué estaba pasando ya corría otra vez. En ese momento me hablé en voz alta, la única vez en toda la carrera en la que me hablé como si  tratara de darme una orden a mis mismo, “pensá, consentrate; el juego es: mirar, elegir pisar”. Recuperé el ritmo y seguí sin más sobresaltos hasta el final. Eso fue raro, porque cuando corría suponiendo que faltaban 3 kilómetros en un camino ya mas ancho, vi las banderas de algo que parecía un puesto de hidratación; sin embargo unos segundos más tarde, vi claramente la alfombra con el detector de los chips de toma de tiempos.
Era el final, aceleré en un pique furioso de 500 metros, pasé al lado de otro corredor y le grité: “dale picá, dale”, el tipo me dijo: “dejate de joder, yo no vengo más”. Yo miré adelante y seguí picando, miré el reloj, y sonreí; había metido poco más de 26 kilómetros en 3 horas 22 minutos. A pesar de un final deslucido, sin arco ni gente esperando, yo estaba feliz. Había sido un corredor que enfrentó cada escollo con decisión. Me sentí un hombre de alma libre. No había emoción pero había plenitud física y mental.
La llegada emblemática con el arco y la medalla la hicimos después de 20 minutos de traslado en un bus. Ahí volví a correr los 300 metros finales. Entré a la rampa contento, liberado y fue ahí, en ese momento, cuando extrañé a los míos. Quería abrazar a alguien y no había nadie, pero en fin, la libertad es también una sensación que termina apenas se tiene un deseo.

Así fueron los 3 días de carrera en El Cruce 2014, al día siguiente, en medio día pensé todo esto que les acabo de contar. Después de 3 jornadas de carrera en medio día ordené mis recuerdos y mis sensaciones, un poco para no perderlos y otro poco para aprender. Así fueron esos 3 días y medio.

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